Thursday, April 20, 2006

Miguel Serveto y yo.

No es mi intención herir la religiosidad de las personas, ni mucho menos tomar parte de un lado o del otro (apropósito de todo esto del Código Da Vinci, y del Evangelio de Judas, sus defensores, muchas veces filósofos ralos, o sus detractores, algunos más papistas que el Papa) ni tampoco sacar a la luz los errores filosóficos ni las amañadas interpretaciones de ambos bandos, pero si sacar a la gente de la modorra y pereza intelectual y porque no, un intento vago de jugar al teólogo.

Para comenzar, recuperemos la perspectiva y notaremos que sólo una tercera parte de la población mundial, sino menos, procesa alguna fe de denominación cristiana, los demás, adoran a otros dioses, o al mismo de la cristiandad, pero de una forma radicalmente diferente.

Además, partamos del hecho de que la Biblia no bajó del cielo, sino más bien, obedece a un largo proceso sociológico, político y cultural que involucró a muchas personas, y por honor a la verdad, esto pasó de igual forma con la historia de Siddharta Gautama (posteriormente conocido como Buda), Mahoma, José Smith y demás reformadores religiosos venidos a cuento.

En cuanto a Jesús, no hubo en su época inmediatamente posterior ningún detractor, sea este judío o gentil, que se atreviera a insinuar que este había sido un invento de un grupo fanático o radical. Todavía eran muchos los testigos precensiales de los hechos, y además, tantos eran los dioses y semidioses en el mundo pagano que la historia de uno más no debió, de momento, levantar sospechas. Esto no tardó en cambiar, y sobraron seguidores y perseguidores, pero todos partiendo del hecho de la figura histórica y real de Jesús.

El origen de la cristiandad como la conocemos actualmente, se lo debemos al bueno de Constantino, y posteriormente al Concilio de Nicea, alrededor del año 325 d.C. Había por esos tiempos muchas corrientes distintas de cristianismo, y sus creencias eran disímiles, y eso significaba un problema para el bueno de Constantino, que supervisó personalmente las decisiones que se tomaron en el Concilio.

En esta Asamblea de obispos, se interpretaron y se reinterpretaron cosas que no pasaron ni por la mente de los cristianos primitivos del siglo I.

No hace falta notar, por ejemplo, que en un principio el bautismo se administró en el nombre de Jesús, como consta en el libro de los Hechos, y fue por la época del bueno de Constantino en el que, de un momento a otro, apareció clara la doctrina trinitaria. Parece que la inspiración divina tardó más de tres siglos en completarse y tornarse clara. Así de difíciles y tardías parecen ser algunas interpretaciones del siglo II y III de la vida y enseñanzas de Jesús. Sólo de esa manera es posible entender un pasaje como el de Mateo 27:19 “Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La formulación en el nombre de la Trinidad se introdujo una vez que la doctrina trinitaria fuera lo suficientemente fuerte y clara como para ser dogma de fe. Esto empezó a tomar cuerpo a partir del bueno de Constantino y sus obispos en el concilio de Nicea.

Así que a alguien se le ocurrido la idea de agregar esto en uno de los evangelios, en el de Mateo, mucho tiempo después en el que el antiguo cobrador de impuestos compusiera su versión original de los hechos, basándose en un documento llamado Q y en el evangelio de Marcos (el primero en ser escrito alrededor del año 70, supuestamente por un traductor ayudante de Pedro, pero según investigó este teólogo insipiente en una Biblia Católica de un estante de su biblioteca, el autor ha debido ser un cristiano anónimo de ascendencia pagana)

La Iglesia Católica acepta la existencia del mentado documento Q, y según se dice, contiene una colección de sentencias varias y discursos propios de Jesús, y si de casualidad se conserva alguna copia de Q, ha de estar en los Archivos Secretos del Vaticano ¿Por qué la Iglesia Católica primitiva, si aceptaba la existencia de este documento, y siendo este una fuente primaria de los evangelios canónicos, no lo incluyó en la Biblia? Esto habría que preguntárselo al bueno de Constantino.
Ya del hecho del evangelio de Juan, sería muy aburrido hablar. Muchos y serios teólogos dentro del catolicismo, atribuyen el texto a varios, menos a Juan el Zebedeo, apóstol de Jesús.

Pero claro está que fue el último en escribirse, cerca del fin del siglo I, y que fue retocado una y otra vez (otra vez la revelación parece que no llego toda en un mismo momento, sino a cuenta gotas, mientras tanto, a lo mejor los que escribieron el libro tuvieron que hacer uso de su imaginación, y digo esto porque este evangelio no se parece a los otros tres oficialmente aceptados, más bien, es mucho más rico, cristológicamente hablando). Finalmente, una versión de la historia, suponemos casi como la definitiva, llegó hasta manos del últimamente notable Ireneo, obispo del siglo II, a quien le debemos que este documento fuera atribuido a Juan el discípulo. Sí, este Ireneo es el mismo que en el año 180 despotricaba contra el evangelio de Judas.

Este ejercicio académico no me traerá consecuencias funestas, como las que sufrió el pobre de Miguel Serveto (1511-1553). Alos 20 años de edad, publico la obra De trinitatis erroribus (Errores de la Trinidad) en la cual declaró que “no usaría la palabra Trinidad, que no se encuentra por ninguna parte en la Biblia, y sólo parece perpetuar un error filosófico” dentro de otras declaraciones consideradas herejes por la Iglesia Católica. Por su franqueza, Miguel fue condenado por el catolicismo, pero fueron los calvinistas los responsables de arrestarlo, enjuiciarlo y ejecutarlo por quema lenta.

Tenemos la suerte de vivir en otros tiempos y ejercer el poder de pensamiento desde otra perspectiva. Solo así, en una sociedad tolerante, en la cuál la libertad de expresión se ejerce responsablemente, es posible comprender y respetar las tesis de unos y otros. Por eso no en vano el jueguito este del teólogo no me costará la vida, como al desgraciado Serveto antes mencionado.